Tuesday, March 09, 2010

1

AEROPUERTO DE PARÍS

Seudónimo: Raindog


Hay una imagen que me viene a la cabeza cuando pienso en nosotros: estamos esperando un avión en el Charles de Gaulle. Estás conmigo en la sala de embarque porque el encargado es un antiguo novio tuyo pero no deberías estar aquí. El que se va soy yo. Echado en cinco asientos escucho At least that’s what you said de Wilco por esos gigantes audífonos que te hacían reír, con la cabeza en tu regazo. Como sabes, esa canción me hace dormir. Tienes esa chalina ploma de flecos desordenados que se enredan con tu cabello. Me miras las orejas y quieres acariciarlas, pero no puedes por la estúpida regla que nos hemos puesto. Ahora volteas la cara hacia el ventanal por donde ves los rayos del sol naciendo y rebotando contra el fuselaje de los aviones pensando (eso creo) en lo que harás cuando me haya ido.


No he desempacado nada de lo que usé en Europa, Sofi. La ropa sigue ahí junto a tus regalos. No he abierto nada en dos semanas. Sólo tengo la última foto que nos tomamos bajo una luz fuera del Matunni, en Florencia. Es de noche y el mundo es amarillo. El único que mira a la foto soy yo, pues tu no puedes quitar los ojos de mi asquerosa barba. Y si te preguntas que ha pasado con ella, pues ya me la corté. Fue lo primero que hice al llegar aquí. El calor Sophie, ¿te conté sobre el calor verdad? De cualquier manera, vuelvo a estar, por un pequeño momento, en la mesa del Matunni, esa que escogimos en la esquina del restaurante, teniendo la única cena romántica de toda nuestra relación, de toda nuestra vida. El mozo nos mira reír, imposibilitado de penetrar en nuestro mundo. (¡Estaba esperando que cate el vino, sofi!)


Sobre la mesa está la revista de cine que me regalaste. La vine leyendo todo el viaje de regreso y ahora la tengo a la vista para que los invitados vean donde he estado. Ya sabes lo ridículo que puedo ser, Sofi. En fin, todavía no encuentro ese parecido entre Brando y yo del que tanto no parabas de hablar. El pequeño concurso en plena rue de Rivoli con la revista abierta de par en par al lado de mi rostro, preguntando a los transeúntes quien era el original y quien la copia, es uno de los momentos mas tragicómicos de mi vida.


No hay teléfono en casa como para poder volver a burlarme de tu voz. Es tan nasal Sofi. Siempre te dije que no iba con tu rostro. ¿Sabes cual es una de mis fotos favoritas de ti? Caminando por la orilla de aquella playa en Mallorca. Despierto sin nadie a mi lado y ya te imaginas lo que estoy pensando. Luego salgo a la sala y tus maletas siguen ahí. Sonrío. Me acerco al balcón y ahí estas tú en ese vestido celeste con los ojos de jade despiertos, la arena de la mar encaramada a tus pies y un grupo de españoles sentados en la acera tomándose su tiempo al mirarte pasar. Grito tu nombre desde nuestra habitación y volteas a verme molesta por exponerme en calzoncillos.


Pero Sofi, nunca debimos habernos prometido nada. Esa mañana, en el tren a Bayern, mientras esa anciana austriaca (¿lo era?) nos miraba con desaprobación, no debimos, no debí hacerte prometer nada. Habíamos pasado la noche anterior en el bar del tren. Nunca me había emborrachado en uno y quería hacerlo. Tú habías ido en ese tren varias veces. Me contaste sobre tu madre y todos los novios que había tenido, yo te conté cosas que no le he contado a nadie. Dormimos la borrachera abrazados encima de las sabanas, muriéndonos de frío y al otro día tuve que decirte eso. No sentir más de lo que nuestros corazones puedan aguantar.


El día que me di cuenta que tenía que volver fue cuando caminábamos por el supermercado en Viena y sonó esa canción “… sé que te traté bastante mal, no sé si eras un ángel o un rubí, te vi, te vi, te vi” Era la primera canción en castellano que escuchaba en meses. Aunque aborrezca a Fito. Bailamos en medio de la tienda y me susurraste al oído quédate pero nuestro reloj ya había empezado una cuenta regresiva inevitable. Más tarde, frente a la Catedral de San Esteban, tendríamos nuestra primera noche juntos. Nos recuerdo en aquella habitación en el centro de Viena. La procesión de la iglesia nos tapa los oídos pero no nos importa. Es tan natural como si lo hubiéramos estado haciendo todas las noches de los dos meses que llevamos viajando. Tus cabellos en mi rostro, feliz de haber descubierto algo que ahora sé no era placer, besándome, besándome, besándome como si quisieras sacar todo el aire de mi cuerpo.


Decidí abrir mi maleta de una vez por todas y esparcir todos los souvenirs del país que visité. Tú fuiste un país Sofi, un país dentro de Europa. He recordado nuestro juego de las escondidas en el coliseo Romano y tu caída en las aguas de Venecia (¡eran sucias, Sofi!), persiguiéndonos en la madrugada de Barcelona y probándonos ropa que nunca hubiéramos podido comprar en Madrid, el beso que me diste en Lisboa cuando te dije que quería conocer la casa de Pessoa y el día que perdimos buscando mi celular en la Casa de los Clérigos, tu baile del tubo en el tren Italia- Austria – Alemania (esa anciana austriaca) y lo bien que les caíste a mis amigos de Bayern, nuestros polos a rayas negras de los días en París, la pereza que nos impidió subir la torre Eiffel y el amor que te traicionó en el aeropuerto.


Estoy mentalmente en el Charles de Gaulle, Sofi. Escuchando la canción de Wilco sobre tu regazo. Está llegando la parte favorita de toda la canción, cuando Jeff Tweedy dice con esa voz tan condenadamente melancólica “ …así que talvez lo que necesitas es que te deje sola” y una de tus lágrimas cae en mi mejilla. La limpias de mi rostro acariciándome rápidamente porque has visto en el reproductor lo que estoy escuchando y piensas que me he dormido. Pero no lo estoy, Sofi. No puedo hablarte pero tampoco puedo dormir las últimas horas que paso en tu país. Estoy mirando tus rodillas, viajando hacia atrás a un momento que me cambió la vida. Un momento que hasta hoy nubla todo el presente. Antes de conocernos. Supongo que al final uno piensa en el comienzo, Sofi. Estoy en Italia pero estoy perdido, soy un latinoamericano perdido en un continente extraño. A punto de tirar todo por la borda. Sentado en una banca en medio de Plaza de Duomo el sol me deja leer claramente Doctor Pasavento. Tú estás a unos metros tras de mí pero no nos adelantemos, esto es antes que pase esa ambulancia y yo voltee la cara y note que estés ahí. Antes que me siente a tu lado, me presente y finja no conocer el regreso a mi hotel. Antes de empezar ese viaje por toda Europa que terminaría una madrugada en el aeropuerto de París. Mucho antes de eso (visto desde hoy así lo parece). Este instante es cuando estoy leyendo una novela que trata sobre desaparecer: tú y yo nunca nos hemos conocido, nunca nos hemos amado.

No comments: