Sunday, March 11, 2007

Killay

Las balas atraviesan el aire como el sol las hojas de la selva. El soldado respira pólvora y sangre. Trata de incorporarse pero no puede, no entiende al enemigo, a la treintena de cuarteleros que descargan sus armas contra la nada, como si hubieran otros treinta hombres al otro lado de las barricadas cuando en realidad solo hay uno y, éste, cagándose de miedo. Como si de un momento a otro le hubieran agarrado un odio inusitado a los árboles del otro lado de la frontera. Las balas hacen saltar pequeñas partículas de madera, tierra y polvo. El soldado mira su mano que no le responde, paralizada, como una tarantula muerta sobre la marga. Sus piernas ya no son suyas, presas del pánico. No puede ni quiere voltear el cuello y ver a Iñarritu y Wauska devolviendole aquella fría mirada de la muerte que lo ha estado atormentado por horas. Oye casi como si no existiera al ríachuelo chispear a lo lejos. Luego el golpe apagado de unas botas contra el barro. Logra mover el cuello hacia atrás esperando a quiensea que aparezca de entre las sombras.

Un hombre que repta avanza hasta que la mitad de su rostro es alumbrado por la luz de la tarde y el otro cubierto por la sombra del boscaje. Espera. Sonríe o talvez parece sonreir mientras se incorpora de un salto hacía la lluvía horizontal de balas que dividen la tierra del cielo, la vida de la muerte. Trata, el soldado, de prevenirlo pero su garganta no le responde cuando ve caer al hombre, que la luz reveló como un militar compatriota, sobre el barro de la selva. El primer soldado lo mira descepcionado, como si esperara que aquel hombre fuera a hacer otra cosa que morir en medio de la balacera. Lo oye gemir, talvez el ataque no lo mato del todo. El gemido se empieza a convertir en una risa, la risa se transforma en una carcajada. El hombre se apoya en sus hombros y avanza, gateando, sin ningun daño aparente en su cuerpo y con balas deslizándose de los puños. Sus ojos, de cerca, son vívidos, latentes, tan abiertos que daban la apariencia de un demente. Tira el montón de balas en la cara del primer soldado y y las lágrimas provocadas por la carcajada le caen, al primer soldado, sobre la cara.

Sabe que tiene que hacerlo, que la mirada del hombre le dice que el tambien puede. Está paralizado todavía pero empieza a sentir el fuego de los ojos insanos de aquel hombre crecer dentro de sí mismo. El calor mueve los dedos de la mano y tambien los del pie. Alza el codo y porfin su antebrazo responde. Voltea el cuello y ve en el fin de su mano derecha el rostro mutilado de Iñarritu y trás de él el estomago abierto y mirada perdida de Wauska. Habían llegado los tres juntos horas antes buscando un lugar para resposar los huesos detrás del riachuelo cuando la ráfaga los sorprendió. A Iñarritu, que fue el primero en agacharse, las balas le perforan el rostro y a Wauska, que empezó a trepar el Lupuna a su costado, el descargue fue tanto que sus entrañas acabaron a unos metros de él, brillando bajo los rayos del sol. A partir de ahí la balacera no se detuvo. La única razón por la que el soldado, que ahora se encuentra ya totalmente en sus dominios, no corriera la misma suerte que los demás fue la parálisis por el terror de lo precenciado que, en el acto, lo mando al piso como un desmayo. Que, encima de todo, haya caído tras aquel elevado montículo de tierra, es pura suerte.

El soldado gatea hasta el mismo punto de la hazaña de el otro hombre de la mirada demente y se prepara para la gesta. Toma la emedieciseís que antes no podía alcanzar y la tira hacía el pequeño cielo de proyectiles. El arma llega, agujereada, hasta un árbol de atrás. La mirada del hombre demente sigue igual de intensa, empujando al soldado a que pare las balas con sus manos, mientras asiente aprisa, de arriba a abajo, la cabeza. Cuenta en sus mente: uno, dos y se lanza sin esperar el tres hacía la lluvía horizontal de proyectiles con los brazos abiertos. Advierte una bala que le entra por el pómulo derecho y sale por el otro, luego una que irrumpe en su garganta y otra que le traspasa la cabeza como si esta interrumpiera el vuelo de la bala desde las armas de los enemigos hasta las plantas de la selva. Cae violentamente. El sol, que desde lo alto perfora las ramas de los árboles, depronto se vuelve negro.

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