Saturday, February 17, 2007

El Perro Viejo

Un hombre de trescientos cuarenta y seis años se sienta en una acera al borde de la atestada Av. España. Sucio y encogido, sus pequeños huesos son delineados por la manta ahuecada que parcialmente cubre su cuerpo. La piel cuarteada deja espacios rozados entre pedazo y pedazo. Mira atentamente el semáforo, esperando. El sol de las dos y veinticinco le quema y no tiene mas remedio que refugiar la mirada en cada espacio color verde que encuentra.

Rojo.

El pequeño hombre lentamente se abre paso entre el olor a aceite de los grasientos motores de los buses y ocasionales automóviles. Son grandes murallas de colores con inscripciones alentadoras en sus paredes "La Esperanza", "El Porvenir", "La Merced". Logra llegar, jadeando, a la acera central. Observa su borde amarillento. El pasar de los armatostes humareando empieza a acelerarse con el cambio de luz en el semáforo. Poco a poco asoma en el hombre de trescientos cuarenta y seis años un dolor indescifrable que siglos atrás lo hubiera hecho retorecerse en si mismo pero hoy, a causa de su casi inmovilidad, solo atina a temblar. Pedazo a pedazo jirones de su piel son arrancados de su cuerpo a la prisa del aire, debido a la aceleración de los vehiculos a su alrededor.

Rojo.

Empujado por el suplicio de la tortura, un paso que alcanza al otro sobre el macadam y el choque entre una hoja y una bola de cañon. Tras la combi todavía no cae el polvo de lo que quedó de aquel hombre confundido por un perro sarnozo. Un taxi mínimo, la llanta de un tico estira unos centímetros, sobre el tórrido asfalto, la última lágrima de aquel perro viejo.

1 comment:

Girasol said...

solo pido mas respeto a mis colegas.